Don Pedro sentía la excitación de los momentos más atribulados. En la recalada en la Isla de las Flores los dos barcos de guerra ingleses, que conducían un convoy destinado a Norteamérica, habían surgido de la niebla a corta distancia y el mayor de ellos, el navío Warwik, de sesenta cañones, se lanzó a la persecución del español sin esperar orden o permiso del oficial que mandaba la fuerza, el capitán de la fragata Lark, de cuarenta y cuatro. El Glorioso estaba en zafarrancho de combate con la gente en los palos dando a toda prisa todo el trapo que la situación permitía. La disciplina conseguida después de meses de arduo trabajo permitía mantener el orden más de lo que alguien no acostumbrado a navegar en grandes barcos podría esperar en una situación como aquella, pero aun así era preciso hacer un esfuerzo para lograr la serenidad necesaria para ver con claridad las acciones que correspondía llevar a cabo.
Desde que se había acercado a las Terceras sabía que podía tener un mal encuentro, teniendo a los barcos de la marina inglesa cruzando los mares en busca de presas españolas, pues las islas portuguesas eran uno de los lugares donde la probabilidad de encontrarlas aumentaba, pero había confiado en que le sonriera la fortuna y le permitiera hacer una aguada apacible y continuar su viaje hasta la península. Cruzar el charco en solitario, como el navío Glorioso bajo su mando estaba haciendo, tenía la ventaja de que permitía una mayor libertad de movimientos, pero en cambio significaba que en caso de enfrentamiento, la capacidad de defensa era menor. Ahora la situación, y sobre la todo el viento reinante, aconsejaban seguir rumbo a levante para tratar de alcanzar las costas españolas antes de ser alcanzado.
La gavia y el trinquete estaban ya bien cazados y estaban a punto de estarlo los velachos, mientras en lo más alto los juaneteros terminaban de largar sus velas. En cubierta los contramaestres estaban ya dando las órdenes necesarias para dar las alas que harían aún más grandes las velas bajas. El Glorioso empezaba a estremecerse con el esfuerzo de tanto paño…
Texto: José Ramón Vallespín Gómez
Naval Chronology, Isaac Schomberg
Desde que se había acercado a las Terceras sabía que podía tener un mal encuentro, teniendo a los barcos de la marina inglesa cruzando los mares en busca de presas españolas, pues las islas portuguesas eran uno de los lugares donde la probabilidad de encontrarlas aumentaba, pero había confiado en que le sonriera la fortuna y le permitiera hacer una aguada apacible y continuar su viaje hasta la península. Cruzar el charco en solitario, como el navío Glorioso bajo su mando estaba haciendo, tenía la ventaja de que permitía una mayor libertad de movimientos, pero en cambio significaba que en caso de enfrentamiento, la capacidad de defensa era menor. Ahora la situación, y sobre la todo el viento reinante, aconsejaban seguir rumbo a levante para tratar de alcanzar las costas españolas antes de ser alcanzado.
La gavia y el trinquete estaban ya bien cazados y estaban a punto de estarlo los velachos, mientras en lo más alto los juaneteros terminaban de largar sus velas. En cubierta los contramaestres estaban ya dando las órdenes necesarias para dar las alas que harían aún más grandes las velas bajas. El Glorioso empezaba a estremecerse con el esfuerzo de tanto paño…
Texto: José Ramón Vallespín Gómez
Referencias:
Historia de la Armada española, Cesáreo Fernández DuroNaval Chronology, Isaac Schomberg
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