Hemos realizado una obra de carácter mixto, entre tecnológica y tradicional: un pirograbado láser sobre tabla, de un navío español del siglo XVIII, pintado posteriormente con métodos tradicionales (pinceles y pintura acrílica).
En primer lugar, elaboramos un esquema inicial basado en una visión original y sencilla de una de aquellas imponentes naves que sostuvieron el grandioso edificio político de la Monarquía Católica española. El esquema determina un patrón o conjunto de líneas y trayectorias sobre las que el cabezal del láser deja su rastro carbonizado sobre el soporte a utilizar.
Las imágenes insertas a continuación muestran el patrón láser y el resultado final del trabajo. En este caso se trata de una pintura acrílica sobre tabla a 40 x 26 cm, aunque se puede realizar a cualquier tamaño.
Uno de las mayores preocupaciones del mando militar respecto a sus subordinados es mantenerlos preparados para el momento decisivo del combate. Para ello, la Armada Española siempre ha dispuesto de un detallado cuerpo reglamentario regulador de la importantísima función instructora, de modo que ordenanzas y disposiciones varias contemplan, según los tiempos y el desarrollo tecnológico, sistemas de entrenamientos y prácticas de tiro artillero y de armas portátiles.
A finales del siglo XVIII, la instrucción para el manejo de la artillería embarcada se solía hacer en puertos o fondeos, pero el entrenamiento con fuego real se hacía en alta mar. Por ello, cuando los buques se encontraban obligados a permanecer en puerto por bloqueo naval o cualquier otra circunstancias, la instrucción de combate de la tripulación se resentía notablemente. Aún así, los grandes jefes de la Armada como Gravina o Escaño, supieron encontrar siempre el modo de vencer esas grandes dificultades para disponer en sus naves de hombres con la moral alta y bien instruidos.
Nuestra pintura
En esta entrada, hemos querido pintar un navío español fondeado a la luz de la luna, en una de las muchas ensenadas que, en el interminable litoral de la Monarquía Hispánica, proporcionaban refugio a las naves de su Majestad Católica.
Fase Final: sobre la base del dibujo que se muestra debajo de estas líneas, se ha ido completando el sombreado y se ha trabajado finalmente el color en barco, cielo y mar, dándole las tonalidades necesarias para contextualizar la escena en un atardecer próximo al ocaso. Hemos querido enfatizar los colores del pabellón naval de la Armada Española que fue inaugurado durante la vida operativa del Santísima Trinidad.
Fase dos: sobre el esquema anterior se ha ido perfeccionando el dibujo a lápiz, detallando formas y decoración del espejo de popa del navío para el ulterior trabajo al óleo que ejecutará con sabiduría y paciencia Alejandro Vallespín. Por otro lado, he modificado algo el vuelo de la bandera para mejorar la vista de los colores y del escudo.
Fase inicial: en esta fase, se ha elaborado un esquema a lápiz para centrar la composición y elementos generales de la obra. La siguiente fase consistirá en progresar el trabajo a lápiz, con especial incidencia en detallar el espectacular trabajo decorativo del espejo de popa del navío. El modelo tomado para este menester es la maqueta obrante en el Museo Naval (Madrid), aun cuando dicha réplica está referida a un Santísima Trinidad anterior a la adición de la cuarta cubierta ya mencionada.
El navío Santísima Trinidad ha sido objeto de varias entradas de este blog. Sin embargo, su majestuoso diseño, su potencia de fuego y su gloriosa historia nos han animado a continuar trabajando sobre uno de los buques de guerra más famosos de todos los tiempos.
En este caso, nuestra tarea artística consistirá en recrear un fondeo del Santísima Trinidad en una costa cualquiera. En la escena, el barco dispondrá de la cuarta cubierta que se le añadió en 1796, tras entrar en dique para realizar una serie de obras que mejorasen sus deficientes condiciones marineras. En aquella sazón se forró exteriormente el casco con tablones para ensanchar su manga y darle más estabilidad, añadiéndole la cuarta batería que le convirtió en el único navío de cuatro puentes del mundo, con un total de 130 piezas de artillería.
Respecto a la bandera, el buque enarbolará el pabellón rojo y gualda aprobado por el rey Carlos III el 28 de mayo de 1785 para los buques de la Armada Española.
Con esta escena de arte naval queremos rendir homenaje a los exploradores de la Armada Española que realizaron viajes de investigación alrededor de un mundo en partepor descubrir. En especial a Alessandro Malaspina y José de Bustamante y Guerra.
Disponible.
Pintura de Alessandro Malaspina buscando el Paso del Noroeste
Las corbetas Atrevida y Descubierta de la expedición española al mando de Alessandro Malaspina fondeadas en la Bahía de Yakuta. El propósito de la expedición es encontrar un paso al Atlántico Norte, el famoso Paso del Noroeste. Ya sabemos que ese paso no existe en esa latitud pero comprendemos la excitación de la tripulación que explora tierras casi vírgenes para un mundo occidental que casi no ha pisado esos territorios, ni navegado esos mares.
La escena muestra las dos corbetas en un día muy luminoso, rodeadas de aguas heladas. El blanco y el azul celeste predominan sobre el resto de colores. Las únicas notas diferentes son el rojo y amarillo de la bandera española y las bandas de los cascos de las corbetas. Estos matices dan equilibrio cromático a la escena.
Reseña histórica
Las famosas expediciones de Cook y La Perouse fueron las precursoras de posteriores viajes científicos, en España Alessandro Malaspina y José de Bustamante y Guerra propusieron al gobierno un viaje de exploración alrededor del mundo. Los objetivos del viaje serían políticos y científicos, los políticos perseguirían el mejor conocimiento de los territorios de la corona en todos sus aspectos, y los científicos aumentar conocimientos geográficos, botánicos y astronómicos. En cuanto a los conocimientos geográficos se buscó un paso entre el Pacífico y el Atlántico por el norte, el famoso paso del Noroeste que fue finalmente descubierto por Roald Amundsen en 1906, más de cien años después.
Intrigas políticas malogran el éxito de la expedición
Tras su vuelta, Malaspina es acusado de intrigas políticas contra Godoy. También se le acusa de instigar la revolución en las colonias. El nuevo monarca Carlos IV no le respalda y acaba acusado y sentenciado a 10 años de cárcel. Al final esta condena es conmutada por el destierro, su destino final es su tierra natal, Italia, donde terminará sus días.
El producto de sus viajes será un compendio científico que permanecerá olvidado hasta que en 1885 salga a la luz rescatado por el oficial de marina Pedro Novo y Colson. Los resultados científicos fueron de primera magnitud, no siendo superados por ninguna expedición española llevada acabo hasta esa fecha. Hoy día existe una colección, el herbario de Neé, en el Jardín Botánico de Madrid que así lo atestigua.
Hemos recibido un encargo que nos resulta particularmente interesante, se trata de realizar una escena al óleo del mítico navío Satísima Trinidad. uno de los buques de guerra más imponente de cuantos surcaron los mares hasta el siglo XIX. Las
dimensiones del cuadro serán de 130x89 Cm, lo que nos dará la oportunidad de recrear el navío con gran detalle, es un reto que
abordamos con especial ilusión.
Disponible.
BREVE RESEÑA DEL BARCO
Heroicamente combatió en la Batalla de Trafalgar. El "Escorial de los Mares", apodo con que sería conocido este titán de los océanos, fue botado en La Habana en 1769, llegando a ser el barco más grande y artillado de su época, pues sus cuatro puentes montaron la friolera de 140 bocas de fuego, cifra no alcanzada por ningún otro buque de guerra. Eran tiempos en los que España, potencia mundial de primer orden, podía construir barcos de acuerdo a sus intereses estratégicos, sin limitaciones armamentísticas impuestas por otros. Por ello, y más allá de sus discutibles cualidades marineras, el Santísima Trinidad posee un alto simbolismo político, en algún sentido parecido al del acorazado Bismark, encarnación de la decisión Alemana de recuperar la soberanía política y la libertad estratégica perdidas tras su derrota de 1918.
Como antes hemos dicho, el navío de primera clase de la Armada Española, Santísima Trinidad y Nuestra Señora del Buen Fin, fue botado en La Habana, plaza marítima de primerísima importancia que tenía el privilegio de disponer de los recursos madereros e industriales necesarios para acometer la construcción de esta bestia oceánica. Incidentalmente y como pequeña digresión, podríamos conjeturar si la hazaña industrial del Santísima Trinidad hubiera sido posible sin la gesta de Blas de Lezo sobre el Almirante Vernon en Cartagena de Indias, veinticinco años atrás. Dicho de otro modo, si los ingleses hubiesen apuntalado una base poderosa en el Caribe sin merma de su potencia naval, que es lo que se impidió en 1741 ¿podría haberse construido en Cuba, a base de madera de caoba, el más resistente y poderoso navío de la época?
En fin, volviendo a nuestro barco, lo cierto es que tuvo importantes taras congénitas que, pese a múltiples y sucesivas correcciones, lastraron de por vida el potencial veleros y guerrero que de él se esperaba. Entre otras cosas porque algunas soluciones pasaron por incorporar más cañones en las cubiertas superiores en detrimento de sus ya limitadas cualidades marineras.
Con todas sus defectos, la actividad operativa del Santísima Trinidad fue incesante, participando en todas las campañas importantes que involucraron a la Armada Española. Así, tuvo parte en la guerra naval contra Gran Bretaña en el contexto de los apoyos franco-españoles a las colonias norteamericanas en su lucha por la independencia. En 1782 fue incorporado a la escuadra del Mediterráneo y participó en la batalla del cabo de Espartel. Algo después, en 1797, las luchas revolucionarias y el tratado de San Ildefonso obligarían al Santísima Trinidad a combatir frente al Cabo de San Vicente, acción en la que recibió un duro castigo y a punto estuvo de ser capturado por los ingleses del almirante Jervis: lo salvó el navío Infante don Pelayo del capitán de navío Cayetano Valdés, cuya decisión y energía salvó al "Escorial de los Mares" del difícil trance.
Sin embargo, el Santísima Trinidad será siempre recordado por su trágico y heroico final en la Batalla de Trafalgar, cuando al mando del Brigadier Francisco Javier de Uriarte y Borja acabó sucumbiendo en desigual combate frente a los ingleses. Desarbolado, ingobernable y con las cubiertas regadas de abundante sangre española, el coloso no podía continuar ya su porfiada lucha; siendo imposible e inútil continuar resistiendo, el Santísima Trinidad hubo de arriar bandera y dejarse capturar por los ingleses. Las malas condiciones del barco, que hacía agua por todas partes, le impidieron sortear su última tormenta y, pese al empeño inglés por remolcarlo a Gibraltar, acabaría hundiéndose el 24 de octubre de 1805 a unas 25 ó 28 millas al sur de Cádiz.
A continuación mostramos el proceso de creación artística de nuestra particular visión del Santísima Trinidad. Vamos a utilizar técnicas tradicionales (grafito y óleo) y digitales de un modo integrado y mutuamente complementario.
1.- ESQUEMA Y BOCETO INICIAL
La elaboración del boceto parte de ciertos requisitos establecidos por el solicitante de la obra: el Santísima Trinidad debe verse de través, con el velamen desplegado y la enseña nacional bien visible. Sobre estos presupuestos básicos, pintaremos al barco navegando en una mar movida pero no agitada, a fin de dar un ligero movimiento. Además, el día será claro, para resaltar la lozanía de tan majestuosa construcción naval.
2.- ÓLEO PREPARATORIO
Sobre el boceto anterior del Santísima Trinidad, se ha comenzado el trabajo preparatorio en óleo, para unas primeras aproximaciones cromáticas y volumétricas, tanto de la nave como del mar.
La atmósfera de la escena debe ser clara, lo que no impide romper el cielo con nubes de formas variadas; aún así el aire del cuadro debe transmitir frescura y limpieza.
5.- PRIMERAS OPERACIONES DIGITALES
Con el rápido trabajo al óleo han sido esbozadas las líneas generales del cuadro. Ahora es necesario digitalizarlo para ir desarrollando, en subsiguientes sesiones informáticas, los pormenores de la obra. Aquí mostramos un estado intermedio de estos trabajos. Por último, y tras nuevas sesiones de desarrollo, llegamos al final de la fase digital, con una composición más compleja, al añadirle otro navío de fondo para dar profundidad, y un redimensionamiento compatible con medidas normalizadas de soportes de lienzo y papel.
Soplen serenas las brisas
ruja amenaza la ola,
mi gallardía española
se corona de sonrisas.
Por ti, Patria,
por ti sola,
mi vida a los mares di;
por ti el peligro ofrecí
mis obras y pensamientos.
¡En la rosa de los vientos
me crucifico por ti!
Por tu sagrada presencia,
que nada turba ni empaña,
tiene sus horas la hazaña
y sus horas la obediencia.
El Imperio a España vendrá
por los caminos del mar.
Hay que morir o triunfar,
que nos enseña la Historia,
en Lepanto, la victoria,
y la muerte en Trafalgar.
Soñando victorias, diciendo cantares,
marinos de España, crucemos los mares,
delante la gloria, la leyenda en pos,
debajo las voces de nuestros caídos
y arriba el mandato de España y de Dios.
De España y de Dios.
¡De España y de Dios!
Letra del Himno de la Escuela naval Militar (José María Pemán)
En esta entrada ofrecemos un fragmento de la escena idealizada en la que Blas de Lezo contempla la retirada británica de Cartagena de Indias. El cuadro completo -en versión óleo de Alejandro Vallespín- está en la página de este mismo blog "Blas de Lezo contempla la victoria". La presente imagen se centra en las naves principales del almirante Vernon, el artífice de la acuñación monetaria más fraudulenta e imprudente que han conocido los siglos (ya hablaremos del enorme fiasco acuñador del jefe inglés). En ella, se observa el reembarque de las maltrechas tropas inglesas en los poderosos buques de guerra de Su Graciosa Majestad. Eran los británicos aguerridos y valientes y, muy probablemente, hubiesen triunfado ante cualquier otro enemigo que no fuesen los bravos españoles del indomable Blas de Lezo, pero quiso la Fortuna que Vernon estrellara su soberbia en la roca inexpugnable de San Felipe de Barajas (Cartagena de Indias).
Como complemento al relato de este blog Saliendo de La Habana de José Ramón Vallespín Gómez, esta entrada quiere enfatizar la salida del puerto de La Habana, imponentemente defendido por las pétreas estructuras del Castillo del Morro. En efecto, el fragmento de nuestra pintura, mostrada al completo en la página correspondiente, permite distinguir la torre-faro que sobresale de la mole defensiva que guarnecía la bocana del más importante puerto español en el Caribe. En la imagen, parte de la tripulación boga afanosamente para remolcar el buque hasta donde el impulso de los remos pueda ser suplido por el soplo del viento sobre las velas.
Esta lámina representa una escena de un combate naval entre un navío español y otro británico. A pesar de la supuesta invencibilidad de la Royal Navy, el siglo XVIII fue testigo de múltiples combates entre buques españoles e ingleses en los que la suerte no estaba, ni mucho menos, decidida de antemano para gloria del inglés. Al contrario, no era raro que éstos últimos saliesen muy malparados. La imagen representa a un navío de la Armada Española sometiendo a duro castigo a un buque de Su Graciosa Majestad en uno esos combates que he mencionado.
Combate naval. Siglo XVIII
Adquiera la escena en lámina u óleo.
PROCESO ARTÍSTICO Y RESULTADO FINAL.
Superado el desarrollo del boceto base para ilustrar la idea inicial, conforme al método utilizado para la elaboración de otras láminas militares de similar factura (ver La Batalla de las Terceras), este es el resultado final de un trabajo cuyos estados intermedios pueden verse en la sección correspondiente del Taller de Pinturade este mismo blog. Sobre la imagen así lograda, de características totalmente originales, se procede ahora a trabajarla con técnicas tradicionales para transformarla en un óleo. Si desea adquirir o consultar este producto.
Un navío de dos puentes es acompañado por una balandra en su salida hacia Nápoles. La escena representa al gigante oceánico de la época dieciochesca, el navío de línea, y a la modesta y ágil balandra; el David y el Goliath de los mares hermanados en su común servicio a la Monarquía Hispánica.
El navío de línea constituía el núcleo principal de las grandes flotas de guerra, ocupando el escalón superior de la potencia naval; eran buques fuertemente artillados con baterías distribuidas en varias cubiertas. Los había de diversas clases según su número de cañones: los de primera portaban un mínimo de 100 cañones, mientras los de tercera se armaban con 60 bocas de fuego. Por su parte, el navío de línea más artillado jamás construido fue el españolSantísima Trinidad, de 136 cañones, que fue hundido en la batalla de Trafalgar (1805.
La balandra era un buque auxiliar de vigilancia de costas y aviso, dedicándose asimismo a la lucha contra el contrabando e interviniendo también e acciones combativas de pequeña envergadura. Eran embarcaciones de una sola cubierta y estaban armadas con baterías de 16 a 20 cañones.
Un navío de dos puentes fondea en cualquier ensenada de las interminables costas del Imperio de Ultramar. El buque desconocido de la lámina, enarbola la bandera de guerra adoptada por el rey Carlos III el 28 de mayo de 1785 para la Armada Española.
En poco tiempo, y de la mano de la incipiente Revolución Industrial, estas magníficas construcciones navales quedarían definitivamente superadas: la moderna siderurgia, la máquina de vapor y las granadas explosivas darían acta de defunción a los grandes barcos de madera como núcleos de las flotas militares.
Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XIX, los grandes veleros serían, sin discusión, los amos de los océanos. De hecho, hasta 1852 no se construiría el "Napoleón", el primer buque de propósito militar impulsado con una hélice accionada por una máquina de vapor. Se trataba de un navío de línea de la Marina francesa diseñado por el afamado Dupuy de Lôme y cuyo impacto político-militar sería trascendental, pero eso ya es otra historia.
Una fragata de la Armada Española pelea contra las olas en su periplo oceánico. El buque desconocido enarbola la bandera de guerra adoptada por el rey Carlos III el 28 de mayo de 1785.
Las fragatas eran buques ligeros de tres palos. Normalmente artilladas en un sólo puente, su armamento solía consistir entre 30 y 50 cañones. Eran buque veloces, apropiados para atacar el tráfico del enemigo o constituirse en fuerzas auxiliares de los navíos de línea, bien en funciones de exploración o protección del despliegue de las flotas de guerra.
El siglo XVIII marcó el apogeo de la navegación a vela, y también el punto culminante de una construcción naval en la que los aspectos estéticos eran parte consustancial del producto que salía de los astilleros. La imagen muestra una de esas fragatas que, no obstante su modestia ante los célebres navíos de línea, eran componentes insustituibles en los basamentos navales del Imperio.