Saliendo de Veracruz
Texto: José Ramón Vallespín Gómez
A media mañana la
cubierta del Glorioso hervía de actividad. El calor era ya intenso y para eso
la noche apenas había sido un alivio, pero la gente estaba muy animada con la
inminente partida. Por bajo de las voces de los contramaestres y el crujir de
madera y jarcia con el trasiego de material, en las voces apagadas de la
marinería se notaba una mezcla de alegría y ansiedad ante la perspectiva de la
vuelta a la península. Cualquier travesía larga significaba un riesgo derivado
de la meteorología y las enfermedades, pero si se trataba de cruzar la mar
océana en tiempo de hostilidades como era el caso, había que contar con el
peligro añadido de un encuentro con el enemigo, y eso ponía un punto de
excitación en los ánimos de todos.
Se estaba terminando de
embarcar las últimas provisiones y el agua cuando llegó el bote que anunciaba
la inminente llegada del falucho que traía la carga más importante, la plata.
Siguiendo las instrucciones previamente recibidas, los oficiales dieron las instrucciones necesarias para que el
embarque se hiciera de la forma más segura a la par que discreta. ¡Cuatro
millones de pesos de plata amonedada! la discreción no era para menos. Don Pedro Mesía de la
Cerda supervisaba todo con la lógica preocupación porque la operación se
completara sin merma alguna, lo que le impedía disfrutar, como en tantas
ocasiones hacía, de la satisfacción de mandar uno de los navíos de la Armada
más modernos, diseño de Gaztañeta y construido en los astilleros de la misma
ensenada de la Habana en la que en ese momento se encontraba fondeado. Desde
cubierta podía ver toda la bahía con su lujurioso verdor caribeño, la ciudad
con el campanario de la catedral como punto más reconocible y dándole aquel
aire de puerto gaditano, y en el
extremo de la canal el imponente fuerte de San Juan de Ulúa.
Mientras estuviera a su resguardo se podía considerar protegido. A partir de
allí, comenzaba la aventura.
Había dado orden previa de que en cuanto
llegasen los caudales se fuera preparando el remolque por medio de los botes
para aligerar todo lo posible la maniobra de salida, que quería realizar en
cuanto tuviera la carga a buen recaudo y así evitar tentaciones al enemigo
interior…